Fernando Quiñones presentó en La Caleta, el libro de Erasmo Ubera y Javier Osuna titulado El lenguaje de la mar de Cádiz. Esa presentación, nos la trajo Javier Osuna a la ruta.
El habla de la mar nuestra
Fernando Quiñones.
(Leído el 4 de septiembre de 1989 en la presentación del libro y publicado en diario de Cádiz al día siguiente)
Si el primer libro del poeta y académico catalán Pere Gimferrer se tituló “Arde el mar”, éste bien podría llamarse “Habla el mar”, ya que, en efecto, habla en él este mar, o más bonito en femenino, esta mar, la mar nuestra de cada día. La mar de Cádiz.
Aunque son muy pocos, hay libros que nacen aquí, de Cortadura para adentro, con buena estrella vendedora. Hace años ya, al presentarse “El habla de Cádiz” en su primera edición, supe por un barrunto que iba a tener unas cuantas más y así se lo profeticé a su autor, el profesor Payán Sotomayor. El tiempo no desmintió aquella corazonada, que hoy vuelve a despertarle a uno este otro libro, diccionario también, “El lenguaje de la mar de Cádiz”. Su título ya nos dice que el tema no es tan amplio como el del “Habla” pero consistiendo en mar puro Cádiz y su bahía, y llevando como llevamos siempre en boca los asuntos de la mar, los vientos, los pescados, las mareas, los mariscos, tampoco hay que ser muy listorrón para calcularle por lo menos otra u otras dos tiradas al libro de Javier Osuna y Erasmo Ubera que hoy traemos a colación.
Ni corto ni perezosos, estos dos jóvenes lingüistas de afición se han montado un trasmallo de palabras y han hecho un tesonero trabajo capaz de meternos con sus páginas en mucho disfrute y de hacernos todavía algo más gaditanos de lo que ya lo somos. Saber cómo despescar cuanto antes a un pulpo recién pescado, qué significa “encamarse” o “sajorrar”, y que la cría del zafío se llama expresivamente “rabichi”, “cigarrito” la de baila y, para nuestra sorpresa, “soldao” la del rodaballo, son cosas de gusto y aún de provecho, como lo son volver a oír o aprender a fondo “gazapete”, “espumaero” o “carajito de rey”, para quienes le vemos a esta mar todos los días su ancha cara radiante, por lo menos de lejos.
Más de mil cien palabras y expresiones de esa mar y sus gentes recoge el libro de Osuna y Ubera, no falto de algunas carencias (pocas y entre las que no cuentan para nada la de términos deportivos, ya que su lenguaje más que específicamente gaditano, es de uso general) y enriquecido por una deleitosa multitud de palabras equivalentes de peces y mariscos en el resto de España; también es gustoso saber que la merluza, entre otros nombres más, se llama por ahí “carioca”, “pitillo” y “Legatztxiki”, como por otro lado es conocer qué es el viento de “poniente chivato”, o en marisco los “meones”. Líneas como las que ahora vienen, ya justifican y condimentan un libro de este tipo. Se refieren al congrio y dice así: “Unos buceadores gaditanos localizaron en los últimos años 80, un ejemplar de unos cuarenta kilos, habitando a unos 25 metros de profundidad, al que pusieron por nombre Manolo. El animal sale de su cueva al percatarse de la presencia de los submarinistas, se deja retratar y acepta la comida que le echen. El sociable comportamiento de Manolo pone de manifiesto su carácter afable. Las personas que lo localizaron, demuestran su existencia mediante testimonios fotográficos, pero no facilitaron detalles sobre su emplazamiento para evitar su caza”.
Doctores tiene la iglesia de la Lengua (y por aquí cerca anda uno de mucho cartel) que podrán juzgar mejor que nosotros los estricto méritos cientifico-lingüísticos del libro en cuestión. Pero para el lector, para cualquier lector no zambullido en esas honduras de especialistas y que son de “agua tapá”, “El lenguaje de la mar de Cádiz” es lo que se dice un bombón, si bien salado en vez de dulce como a su naturaleza corresponde.
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